Hijo de inmigrantes italianos, el tío Servando era un agricultor tenaz, orgulloso con razón de sus membrillales y de sus plantíos y cosechas varias y dueño, por lo demás, de un espíritu sagaz e inquieto. Gran lector, teníamos largas charlas, enriquecedoras para ambos, en las cuales conciliábamos, naturalmente, ilustración y experiencia.
Una tarde, en que una copiosa lluvia rayaba el paisaje, rubricada por zigzagueantes relámpagos que los truenos festejaban ruidosamente, acuñó la frase: - No te preocupes, aguardemos "la hora del pastorcito" y podrán regresar.
Y ante nuestra interrogante, nos contó: - Por furioso que sea el temporal, siempre hay una hora, por la tardecita, en que escampa y permite que el pastor guarde su rebaño.
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En la vida de las personas se dan también, como esas "tormentas" de que hablábamos y "por voluntad de la naturaleza" (como afirmaran Kunkel, Tiling y Guardini), períodos de crisis en que "se abandona lo viejo y nace lo nuevo". Lo mismo acontece con los pueblos y países, donde las crisis se suceden, aunque las más de las veces no sea por causas atribuibles a la naturaleza sino a los propios errores humanos. El reconocimiento de los mismos, "los pies en la tierra", la búsqueda de otras metas de superación y de progreso, a las que no deben ser ajenas, según la vigencia del pensamiento rodoniano "la iniciativa audaz, la genialidad innovadora" y el acompasarse a los nuevos tiempos, son algunos de los caminos que nos llevarán -cuando la necesitemos- a la tan ansiada "hora del pastorcito".
Gerardo Molina